Tras un ataque de insomnio, resulta un poeta sentado frente a una taza de café. Escribe.
Súbitamente un pintor lo intersecta y lo atropella con preguntas.
El poeta piensa en ese momento que su respuesta debe ser poco menos que indiferente.
Sin embargo, atina tranquilamente a responder que ha estado algo ocupado tratando de expresar un por qué de la ironía.
El pintor lo toma por el cuello ¿y que utilidad práctica tiene eso en la vida? -Pregunta
No lo sé, nunca lo había pensado, ehm, sucede que no sirve para el hambre, y es que, verás, dice Staël que de manera natural buscamos lo ilógico… Pero podremos instaurar esa tarea en un nuevo catálogo titulado: utilidades de la ironía en la vida. Todo con tal de que la prepondere en su realidad y compita con la “necesidad” de un celular y un “guitar hero”.
Se hace un gran silencio; el poeta exclama: Una bella mujer murió a las orillas de un inmenso cuadro.
Para ese entonces, el pintor encontró una soga y un lugar lo suficientemente alto
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