23/12/09

Embarrón Número Uno Dadá/Prefiriendo Ser Shakespeare o ¿No serlo?


Mi madre se empeñó durante toda mi infancia en decirme que si no estudiaba me iba a convertir en un bueno para nada. Se equivocó, no hay forma de que uno sea un bueno para nada, en algo debe ser uno bueno, no importa si es útil o no, pero es algo. Y estudiar no es una forma precisamente segura de hacer algo útil.

Así que me matriculé en la universidad, estudié alguna carrerilla que no tiene sentido mencionar: fracaso académico asegurado el de aquellos que empezamos ese martirio sin algo firme en las manos, nos perdemos buscándolo por ahí… adiós licenciados. Sin embargo en ese lugar conocí gente: gente que conocía gente que decía conocer ciertas cosas. Les creí, los seguí, los imité.

Me encontré en ellos, y me adueñé de sus gustos y por ende de sus aversiones. Y resultó que ellos no eran ellos, sino otros individuos que habían conocido, que decían conocer ciertas cosas. Ellos eran otros que seguían a otros que imitaban a otros y así hasta que las ideas radicales se terminen, ahí tienen su origen, aunque éste no me importe, lo que me importaba era saber que hacía ahí. Por qué tenía un paliacate en la cara, porque colgaba desde un quinto piso amarrado con una cuerda podrida. Colgando al vacío, con vértigo, producto de un ego más grande de lo que puedo cumplir, con el hocico más grande que los huevos, sostenido por un ideal podrido de mecate.

El vacío debajo: podía precipitarme ahí, seguro no salía nunca. Un vacío dentro: Yo lo había construido y me había tomado bastante tiempo en dejarme bien hueco. Y una superficie vacía, limpia, lista para arrojar en ella todo eso que tenía que decir. Entonces desperté: ¡Era perfecto así! Ya no había que hacer nada, el vidrio del edificio con mi reflejo plasmaba exactamente lo que quería: Nada conmigo, mi ego y nada, yo nada, nada nadie. Pero, ¿Cómo dices eso a los otros? ¿Con una lata de pintura en aerosol? Sí, claro.

Aquí va mi manifiesto, pongo mi dedo en el atomizador, calculo el tamaño de las letras, veo a mi compañero colgando como yo, separados a diez metro uno del otro y veo que escribe TOLSTOI.

--¡Gran hijo de puta!

Fin de la ilusión ¿cómo se le ocurre escribir eso? Si se esta jugando la vida para hacerlo. Siento nauseas por la altura que, gracias a su figura colgante, he recordado. Entonces escribo: bilis carne pan cerveza saliva sobre el vidrio. Vomito.

1 comentario:

  1. así que ese es el secreto: algo firme en las manos, pero ¿debe ser el de alguien más?

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