Sucumbe la leve flama del viento ante el frío crudo meciendo las puntas de los árboles; cantan mi nombre otra vez… La luna vigila.
Y retorcidos los colores, nos volvimos absurdos, nos acompañamos. Arrojados a la demencia que repite constantemente un verso. Su ojo incansable, apuntaba directo a las fronteras diluidas.
"Soy de un mundo condenado, yazgo en el medio de un juego de imágenes horribles que tiran del recuerdo con gastadas artimañas que nadie olvida" -le digo-, ella siempre contradice mis palabras, y por ello las olvidó.
Luego, de veces la miraba alabando en esperanto, con toda la pusilanimidad de pretender no perecer en el infierno de la demencia. Ojalá alguien la hubiera convencido de que es el único lugar seguro.
Decía su abuela que el que sobrevive, tiene el privilegio de poseer con el alcance de la mirada los reinos detallados por los bardos. Otros le llaman Paraíso.
Pero, opto por el viejo mundo, lugar bastante lúdico presumo, [en donde contenido estoy con vida parasitaria en la memoria de aquella], y al encontrarme por vez primera, no quiso retornar a su realidad, la ansiedad de desaparecer me acompañó endemoniada; a veces, cuando recuerdo, la maldigo.
Pero no la culpo, ni siquiera yo sabía de mí. Desperté un día siendo arrastrado de los cabellos por animales de rapiña, obligados a beber la sangre de este nuevo derruido, frente al ocaso de las promesas. Ahí, con todo aquello que impide al infante dormir por las noches.
Ahora, es la vía de mi obra, permanece sentada en mis frías rodillas como las hojas de aquellos árboles mientras mis dedos vomitan sueños.
Y es que malacostumbrado estoy, atado esa negra locura, que me hace anhelar cada tétrico baile con mi amada mujer sonámbula, ella, la que porta el vestido que hice mañosamente uniendo alientos de mariposa, de la mísma forma en que las almas están bordadas a la vida y al recuerdo... así como toda condena que se respete.
He tatuado también las coordenadas en su cadera mientras dormía, para volver, no hay tiempo para el error, sobretodo tras mi estrepitoso naufragio en la tinta de su último boceto, justo entre un abismo helado y un par de harpías purpureas.
Por ello, la única vía de desapego,-he descubierto- son las mariposas que, tendiéndome una red de escape, me guiarán mientras ella gira en su escala grises.
Todo está listo, hurto un segundo de vida, busco aquello que irrumpe en las pesadillas y huyo por la salida de emergencia de sus manos menguadas.