14/2/10

Venenos

Nostalgia, ese el inicio de las palabras que se descomponen en lo que pasa al tener de frente una especie de navío metafísico que se aleja lento.
Y sí. Después de todo, es posible remontarse a la negativa hipócrita y pillar la contrariedad en la predilección por un puerto. Al igual que es posible que los más a diferencia, decidan permanecer en la mar sin terminar de entender que serán muertos de cualquier manera.
Uno se imaginaría que alguien con un gramo de instinto humano socorrería a las artimañas técnicas antes que las de la impotencia insana.
Uno, como yo, pensará que es mucho más bello morir con el veneno de una flor antes de proferir la disolución absoluta del recuerdo en un abismo profundo de soledad ahogada.
Pero es que ya no soy yo…Pero es que ahí está la estrecha, casi nula, promesa del arbitrio…
Es como el cansancio de un peso muerto en la espalda, es la falta de ánima para más juegos de media noche, nula promesa que provoque la risa de un sueño despierto tras la puerta.
Y así todo se va, no por capricho como lo que significaría el tratar de regresar el tiempo para enmendar algo, sino por movimiento natural del universo; y queda un no sé qué, queda ese percatarse de cómo nuestra realidad corre a la par del tiempo. Y caer en su movimiento, asemeja dos trenes que están a la misma distancia en el mismo lugar y se desplazan a la misma velocidad tal que si uno va dentro y observa a alguien de frente en la ventanilla contigua parecerá que nada pasa.
Caso contrario a cuando uno se suprime de tal escenario y se ubica fuera de, sólo así puede percibir que se mueven y se alejan, luego ya no se tiene sapiencia de su fin a menos de que se los vea chocar en torno a un trayecto circular, o en un punto convergente. Es así entonces que si algo causa más ansiedad es ahí en dónde el todo está lleno de absurdos.
Ilustrada queda pues esa razón que se anula en un bodrio de incoherencias de la conciencia precisa, en donde podemos definir que somos estáticos ante las tristes remembranzas que no se dibujan más en una espalda.
Es ahí en dónde efectivamente uno como yo termina sabiendo que no tiene nada, a lo sumo efímeros recuerdos si es que los hay, sustos hipotéticos y arruinadas relaciones a causa de la constante de querer convertir todo en un cuadro renacentista.
Ahí, en dónde uno quisiera poder dar algo, digo que no es mucho, sólo el reino que alcanza la vista con tal de un gramo de cualquier paliativo.
Todo empieza por un gramo, en una flor o al fondo violeta de una copa, sin embargo, ese asunto se contiene en la forma de morir, siempre respuesta a un camino inexorable.
Sabemos que no debe atravesar el designio propio de la muerte; pero la incertidumbre y las respuestas que se plantean tras ella simplemente nos atrapan.

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